A LOS LECTORES

En este blog se intentará rememorar viejas glorias del deporte nacional y mundial, como así también grandes momentos que, en tiempos tan vertiginosos, llevan a más de un desmemoriado a interpretar el presente sin incurrir en el pasado (arma vital para comprender la actualidad y prever el futuro).

martes, 29 de mayo de 2007

Un Bronce que vale Oro

Cuando se dice “voley” en Argentina, es inevitable que en el recuerdo de cada persona esten Hugo Conte, Daniel Castellani, Jon Uriarte, Waldo Kantor…
Estas mismas caras –junto a otras más- fueron protagonistas de un hecho histórico para el vóleibol argentino y el deporte nacional: la medalla de bronce en los Juegos Olímpicos de Seúl 1988.
Sin viáticos ni premios, pero con mucha pasión y orgullo, esa Selección salió del aeropuerto de Ezeiza con el objetivo puesto de que, a la vuelta, algún metal iba a colgar de sus cuellos.
El debut, en el Grupo B, ante los turcos no podía ser otra cosa más que un trámite, y de hecho, así lo fue: 15-5, 15-11, 15-6. Dando, de esa forma, el primer pasito de un trayecto largo y duro…muy duro.
Japón, otro rival a vencer que, en los planes, se contaba como ganable, fue difícil, pero fue alegría. 3-1: 15-11, 15-12, 11-15, 15-11.
Ahora, la situación era otra, los pasos más fuertes – y los equipos más fuertes- estaban por venir. El primero de ellos: Estados Unidos, último campeón del mundo
El comienzo argentino fue un sueño: 2-0…el final una pesadilla: 2-3, con parciales de 15-11, 15-11, 4-15, 15-17 y 7-15. De todos modos, la actuación argentina dejó lugar para ilusionarse y esperar dos días para enfrentar a Holanda.
El 24 de septiembre se hizo desear: truco, mates, dados, sobremesas largos…48 largas horas para empezar a entrar a la historia.
El partido llegó. 3-0 arrasador y la mejor actuación del equipo de Luis Muchaga en toda la competencia. 15-11, 15-7, 15-8. Se vio el primer abrazo de corazón, un abrazo que prometía…un abrazo que aseguraba a Argentina en las semifinales, a pesar de que todavía quedaba enfrentarse a Francia.
La relajación, la alegría, la emoción, pudieron con el conjunto nacional y vivieron la primer derrota. 3-0 contra los franceses, con parciales de 7-15, 5-15, 5-15. Pero no importaba, La Celeste y Blanca ya estaba entre los cuatro mejores del mundo.
El turno, en semifinales, era la Unión Soviética, ganadora del Grupo A. Una muralla imposible de romper para los atacantes argentinos. La derrota era lógica: 0-3, con parciales de 11-15, 17-15 y 8-15.
“Tranquilidad al terminar el partido ante los soviéticos y bronca al comenzar el encuentro ante Brasil por el bronce fue la clave para lograr la hazaña”, aseguró Waldo Kantor con el metal que se habían propuesto entre sus manos.
Brasil-Argentina, clásico sudamericano por donde se lo mire. La Generación del ’82 fue más y pudo con el conjunto carioca en medio de un partido con sabor a final y con varios altibajos. Fue 3-2: 15-10, 15-17, 15-8, 12-15 y 15-9. Después del punto final, cuando Carlao, opuesto brasileño, se elevó por la punta y tiró la pelota afuera, no tardaron en caer las primeras lágrimas que ponían fin a diez años de trabajo y escribía un renglón importante el la historia de deporte nacional. Argentina era bronce en Seúl 1988… un bronce que valía oro.

Plantel del seleccionado argentino de vóley en Los Juegos Olímpicos de Seúl 1988: Claudio Zulianello, Daniel Castellani, Esteban Martínez, Alejandro Diz, Daniel Colla, Javier Weber, Hugo Conte, Waldo Kantor, Raul Quiroga, Jon Uriarte, Esteban de Palma, Juan Carlos Cuminetti DT: Luis Muchaga. PF: Marcelo Benza. Médico: Juan Carlos Sosa.

miércoles, 16 de mayo de 2007

Los hombres caen de pie


Dijo alguna vez Ringo Bonavena: “Yo vivo solo. Y sin embargo no estoy solo. Estoy con Dios. Lo siento presente, junto a mí, todo el tiempo. El no me habla; pero yo le hablo a Él. Es una compañía. La sensación de estar limpio”. Y manifestó el narciso de Muhammad Ali en otra oportunidad: “No sólo soy el peso pesado más completo del mundo, sino también el más bello. Soy negro, hermoso, inteligente y genial”.
¿Qué punto de comparación pudo llegar a haber entre estos dos grandes del boxeo, si uno adoraba a Dios y el otro se auto adoraba? El punto fue el talento, el punto fue la persistencia, el punto fue la pelea del 7 de diciembre de 1970.
“Cuando me llamaba Cassius Clay me sentía un esclavo. Desde que me bauticé Muhammad Ali me siento libre”, dijo el estadounidense tras convertirse al islamismo. Esa noche neoyorquina de diciembre, Ali salió del hotel en una limusina junto a su entrenador Angelo Dundee y su segundo Drew Brown, pero al transitar una cuadra los tres se bajaron y tomaron el metro hasta el Madison Square Garden mientras el boxeador exclamaba: “Quiero ir con mi gente, y como todos no entramos en la limusina, tomaremos el subte”.
En los días previos a la pelea hubo declaraciones muy duras de ambos púgiles. Mientras Bonavena trataba de “gallina”, “homosexual” y “negro apestoso” al americano, Ali baticinó: “En el noveno (round) lo destrozo”.
Finalmente llegaría la hora de la verdad. Ante casi 20 mil espectadores, los dos boxeadores asomaron al ring: Ringo con una bata de terciopelo con los colores de la bandera argentina y con el emblema del sol estampando. Por otra parte, Ali subió con una bata roja, mientras un segundo suyo bromeaba: “Acaso no era un toro” en referencia a Bonavena, al que se lo conocía de esa manera por su braveza y potencia.
El combate fue muy cerrado y especulado por ambos boxeadores, aunque cabe destacar que no había ningún título en juego. Las emociones fuertes llegarían recién en el noveno asalto, cuando una arremetida del argentino puso en jaque al favorito de todos. Justo en el round en que el americano había pronosticado una victoria, la derrota rozó al flamante islámico cuando éste tocó la lona. El público argentino, unos doscientos, explotaron al grito de “¡Dale Ringo! ¡Dale Ringo!” y “¡Argentina! ¡Argentina!”
La pelea, pactada a 15 asaltos, se acercaba a su fin y todo hacía prever que Ali ganaría por puntos, sin duda alguna una caida más que digna para Ringo, al que todos auguraban una derrota segura. Pero Bonavena era un hombre con todas las letras, y la derrota no asomaba como una posibilidad. Por eso, y por el amor propio que tenía el argentino, éste salió con todo a demoler a Ali, pero lo hizo de manera desordenada y dejando margen para los golpes efectivos de Clay, quien lo derribó tres veces, decretando de esta forma el nocaut de manera instantánea. Ganó Ali, pero Bonavena se fue del Madison Square Garden como un campeón: ovacionado por todo el estadio y con la impresión de que dejó todo por la victoria. Esa fue la primera y única derrota por nocaut que sufrió Bonavena, al que luego Ali calificaría como “el mejor de los boxeadores con quien peleé”.

jueves, 10 de mayo de 2007

Loco un poco nada más


Si se habla de Bahía Blanca, indefectiblemente se habla de básquet. Es que la ciudad ubicada al sur de la provincia de Buenos Aires es, sin duda alguna, la cuna del básquetbol nacional. Allí nació en la primavera de 1966 uno de sus máximos exponentes: Hernán “EL Loco” Montenegro.
Extrovertido, divertido, sin pelos en la lengua, y con mucho, pero mucho talento, El Loco forjó una personalidad única, y de muy joven se convirtió en una de las promesas del básquet argentino, allá por 1983, cuando el gran León Najnudel lo reclutó y se lo llevó con sólo 17 años a jugar en el CAI Zaragoza de la Liga española. Sin embargo, esta experiencia le jugaría en contra a Montenegro, ya que al no poder obtener la ciudadanía para no ocupar la plaza extracomunitaria, sólo se entrenaba, lo que lo llevó a conocer la noche, y de ahí las adicciones, entre las que se topó con la temible cocaína.
“Yo puedo decir que volví de la muerte”, aseguraría tiempo más tarde, luego de superar su adicción a la droga. Pero en ese momento, la situación era tan gris para el joven que, luego de que el equipo le diera la espalda, decidió regresar a su ciudad natal para jugar en Villa Mitre y, más tarde, en Olimpo. Pero la vida tenía revancha, y le dio una segunda oportunidad cuando, en 1987, Dale Brown, descubridor de Saquille O’Neal, lo vino a buscar a Santa Fe para llevárselo a probar suerte en la NCAA (Liga Universitaria de los Estados Unidos) en Louisana State, en donde además estudiaría Administración de Empresas.
Una lesión lo marginaría del equipo justo antes de empezar la Conferencia, y tras rechazar una oferta de 160 mil dólares para jugar una temporada en Philadelphia (su representante le sugirió que pidiera 600 mil), emigró a Puerto Rico, con su esposa y una pequeña hija.
Una historia muy rica es la de este ala-pivot de más de dos metros de altura, lleno de extravagancias y locuras, a tal punto de ir a comprar un auto escarabajo para su esposa y volverse con un colectivo, o de dedicarle el haber sido elegido el Jugador Más Valioso del Séptimo Juego de las Estrellas con un sutil “hijo de mil” puta a Vecchio, quien en ese entonces lo había marginado de la Selección para los Juegos Panamericanos de Mar del Plata 1995.
Todo un personaje Montenegro. Participó en el Mundial de 1986 y resignó dos más y un Juego Olímpico “por defender ideales”, y hasta llegó a declarar que “en la Liga te mandan un discurso moralista pero en los Play off se termina todo. Te dicen ‘yo puse plata y quiero ganar. Si tenés que tomarte una línea de merca o infiltrarte para ganar, hacelo’”. Sin titubeos a la hora de poner las cartas sobre la mesa: “Dejé de gozar el básquet cuando me di cuenta que era una prostituta del sistema”, denunció.
Cuando se encontraba en el campamento de los Sixers de la NBA, donde estuvo seis meses, compartió habitación con Charles Barkley: “El gordo arrancaba de noche y se armaba unas caravanas de novela. Llegaba con unos pedos tremendos a las cuatro de la mañana. Yo lo tenía que despertar a las seis para que saliera a correr, ya que tenía problemas con el peso, y el equipo lo multaba por cada libra que aumentaba”. De su experiencia en Estados Unidos, Montenegro asegura que la vida de algunos jugadores profesionales es tremenda: “Diego es Bambi al lado de Michael Jordan, sólo que a él el sistema lo ayudó”, asegura.
En fin, la vida de Hernán, como la de todo talentoso deportista que adquiere fama y dinero rápidamente, tuvo picos muy marcados: desde ser elegido Jugador Más Valioso en 1995 a ser sancionado ocho meses por consumir droga; de jugar en Italia, Venezuela y hasta Estados Unidos a participar en el TNA donde se fue por falta de pago; y hasta quedarse en el entretiempo durante un partido por sentirse deprimido. Pero siempre respetó códigos que según él le enseñó la calle, no el básquet. Si hasta rechazó una oferta de 500 mil dólares para jugar en Dallas Mavericks porque ya había firmado con Estudiantes de Bahía Blanca.
Montenegro, una perla del básquet argentino que podría haber llegado mucho más lejos, es cierto, pero que vivió siempre a su manera y sin perjudicar a nadie, y que siempre actuó sin careta y sin casete.

Declaraciones sacadas del diarío Olé y revista El Gráfico

jueves, 3 de mayo de 2007

Sudamérica XV con la estirpe Puma


Hay ciertas victorias que en circunstancias desfavorables, ante rivales duros y con mucho sacrificio, se convierten en triunfos épicos, memorables.
A mediados del año 1982, cuando en Argentina la palabra “guerra” y la palabra “Inglaterra” asociadas eran el equivalente a “peligro inminente”, había un grupo de muchachos ávidos de gloria, que soñaban con escribir su nombre en la historia del rugby. Ellos eran Los Pumas.
Se acercaba la guerra por las Islas Malvinas y la Unión Argentina de Rugby (UAR) recibía la invitación de la Unión Sudafricana para realizar una gira por el país, aunque la misma corría peligro de no concretarse.
Es que durante ese período, que finalmente se extendería hasta 1994, la Nación sudafricana vivía bajo el régimen discriminatorio del Apartheid, y en consecuencia, bajo el mando de las Naciones Unidas, se había impuesto un boicot económico, político y, claro está, deportivo.
Por ende, Los militares en el poder le bajaron el pulgar a la UAR: ¿Acaso les preocupaba a los militares el derecho de millones de negros? ¿O tenían suficiente con las inspecciones que los organismos de derechos humanos realizaban en el país por las denuncias de desaparecidos? Claro está que Galtieri y sus muchachos no querían más problemas con la ONU, y menos por un tema menor como lo era el rugby.
En fin, la solución fue jugar bajo el nombre de Sudamérica XV, con algunos jugadores de otros países vecinos como Uruguay, nada más que para disimular y justificar el nombre que llevaría el equipo durante la gira.
El flamante equipo de Sudamérica XV jugaría dos partidos ante los temibles Springboks. En el primer test, los locales aplastarían al combinado “nacional” por 50-18 en el estadio Loftus Versfeld, en la capital de Sudáfrica, Pretoria.
Para el segundo partido, el entrenador argentino, Rodolfo O’Reilly percibió la sed de revancha de sus dirigidos: Ellos(los Springboks) estaban más relajados. Los nuestros daban miedo si uno les veía las caras”, comentaría mas tarde el técnico. Los argentinos, salieron a matar o morir, a todo o nada, y con esa actitud y esa entrega saldrían del campo con la gloria debajo del brazo.
Era la noche de Los Pumas, fue la noche de Hugo Porta. El capitán convertiría todos los puntos del conjunto nacional. Las 20 mil personas presentes en el FS Stadium de Bloemfontein, no podían creer lo que sus ojos veían. Su selección, una de las más poderosas del mundo, caía a manos de un equipo lleno de amor propio, y ante la magia de su medio apertura: el Gran Porta.
Ese 3 de abril de 1982, Sudamérica XV vencería a Sudáfrica por 21-12, con cuatro penales, un try y un gol de campo del mencionado Porta. La gloria bañaba al conjunto de Sudamérica XV, y empapaba a Los Pumas que se hacían un lugarcito en la historia del rugby mundial.

Los artífices del triunfo: Eduardo Sanguinetti, Alejandro Puccio, Marcelo Loffreda, Rafael Madero, Guillermo Varone, Hugo Porta (capitán), Alfredo Soares Gache, Ernesto Ure, Mario Negri, Jorge Allen, Carlos Bottarini, Eliseo Branca, Serafín Denigra, Andrés Courreges y Pablo Devoto.

Entrenador: Rodolfo O’Reilly.

EL ABRAZO DEL ALMA

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